Todos tenemos nuestros rayes y obsesiones. Los que tenemos
“habilidades sociales”, los
disimulamos. Los que no los exponen ante la mirada reprobatoria del resto.
Fue el cumpleaños de Tati. Festejó con otros seis amigos
adorables. Cada uno lució sus manías a gusto. Visto desde afuera parecía ser un
festejo de locos. Yo que lo viví desde la idea, puedo dar fe de que lo era.
En una imagen general parecía un conjunto de soledades donde
cada cual jugaba su juego. En una segunda mirada, podría hablarse de una
conexión menos convencional pero más sincera, donde el abrazo no está dado
cuando alguien llega o se va, si no cuando se les da la gana. Lo mismo que la
palabra, la sonrisa, el aplauso, el salto.
No soy lo que se dice la “reina de los festejos”, por lo que el
trajín de la fiesta me dejó mareada. Las ideas dieron vueltas como si hubiera
tomado alcohol en vez de coca light, y de a poco me cayeron algunas fichas.
Pienso en cada uno de los chicos, sus diferencias y manías. Y
tengo tantos conocidos con obsesiones similares, pero no patológicas, no no.
Disimuladas y adaptadas.
Rodri fue el primero en llegar al festejo. Salvo en momentos
muy breves pasó la fiesta preocupado y ocupado por comer. Moverse no es lo
suyo, salvo las flexiones de codo para arrimar comida a la boca. Su saludo vino
acompañado por:
“¿No me traen un sanguchito o algo acá?”
Rodri tiene un tema raro con la comida…¿no?
Mi amigo Diego jamás diría semejante barbaridad. Pero es de los que en
una fiesta calculan para no perderse un bocado de la recepción. También de los
que deja de bailar un par de canciones antes de la tercera tanda para llegar
primero a la mesa dulce “eso de andar empujándose por los crepes de dulce de
leche, no da”.
Pedro se acerca a Tati, se le pone frente a frente. Sonríe a
medias y se aleja. Pasa del centro de la pista al rincón más alejado. Aunque
está en una esquina, no se le escapa detalle de la escena. Mi amiga Maru, que
vino a decorar el salón de puro amorosa, se arrincona con él y le da charla. No
soporta verlo distante. Para Pedro tal vez sea la distancia justa.
Pobre Pedro, quedarse ahí solo, mirando…
Recuerdo hace poco, en una fiesta de 15 a la que me invitaron, un grupo
de 7 pibes se sentaron en un sillón, lejos de la pista de baile. Se dedicaban a
chatear, buscar fotos y dar likes. El tiempo se les pasó volando. Cada uno en
su pantalla.
Sofía quiere bailar. La música y su “jean cómodo” —frase que
repitió como cuatro veces —son suficientes para que no deje de sonreír. Está
atenta a la puerta de entrada. Quiere que la cierre. Cree que eso le garantiza
quedarse bailando un rato más. La fiesta dura dos horas. El tiempo suficiente
para que cuando su papá la venga a buscar, acepte ponerse el saco y se vaya con
la alegría que llegó.
Qué loca esta Sofía repitiendo lo del Jean cómodo, ¿no?
En el fiestón que les contaba, Camila estrenó unos tacazos. Le hacían
doler, pero le quedaban preciosos con su vestidito ajustado. Fue a mirarse al
espejo del baño como unas cuatro veces con alguna testigo que reafirme “estás
diosa”. Al cabo de 8 horas de fiesta, sus esfuerzos por disimular el dolor ya no
servían de nada. Cuando su papá la pasó a buscar, se fue con una cara de culo
que ni les cuento.
Lucas pasa de armar coreografías y que los demás lo sigan, a
corretear al hermanito de Tati como Tom y Jerry. Debe ser porque tiene síndrome down.
¡Habrase visto un varón
con actitudes que pasan de la madurez a la infantilidad absoluta de un segundo
a otro!
Maia, con esas pestañas de película, se acerca al fotógrafo e
intenta manotear la cámara. Es seductora y decirle que no, se complica. La
convencemos con un bailecito y acepta volver a su rol de modelo.
A quien se le ocurriría avanzar sobre su ídolo, ¿no?
Clara parece Floricienta. Es un despliegue de desfachatez.
Posa, gira. En un momento queda culito para arriba y deja ver una bombacha tan
colorida como toda ella. Eso dentro de un espacio de 10 personas donde vale
todo.
Pero Clara, ¡no se anda mostrando el bombachón por ahí!
Las amigas de la quinceañera se calzan el minishort con media nalga al
aire. El escote hasta el esternón y el pupo al viento.
Y Tati, la cumpleañera, hermosa e impecable, se mueve en
terreno propio. Cuando quiere, se sienta en el piso. Mira las luces girar de
cerquita. Baila. Hace rondas. Se acerca a Pedro, se deja abrazar por Clara y se
agarra de la mano de Lucas. Corretea. Come con placer, tranquila de que siguió
perfectamente la consigna de ser la princesa del baile y pasarla relajada.
Yo, en cambio, atenta y esperando no sé que más, me estreso y
quedo agotada.
A la noche, al rato de haberla acostado le voy a dar un beso convencida de que está dormida.
Ella larga una risita, como si fuera su resaca de la fiesta. Después descansa
como un tronco.
Esa noche yo no duermo.
Tanta locura me hizo pasar de rosca.
Está claro de donde viene
el raye.
Hola Mariana: genial la nota. Rodri era parecido a Rafa jaja. Me reí mucho al leerla. Iba el el 80 riéndome sola, parecía una loca jaja. Te felicito por la nota tan divertida y el poder de observación.
ResponderBorrarSos grossa, Weschler...lo sabías? Tu texto, maravilloso. ¡Me emocionaste!
ResponderBorrar¡Hermoso texto, Marian! Me emocioné y me reí. Cuántas cosas "de locos" hay entre los "normales", ¿no?
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