martes, 8 de diciembre de 2015

Mi hijo, el más buenito

Cuando salta en la conversación el autismo de Víctor, normalmente sigue una mini-cátedra sobre lo que significa esa palabra. Trato de no hacerlo, pero finalmente termino ejecutando el cassette de introducción al TEA: “El autismo no es una enfermedad, es un trastorno de espectro, eso significa que abarca muchísimas cosas y por lo tanto no hay un individuo con autismo igual al otro. En el caso de Víctor…” bla bla bla. Paso entonces a comentar sus dificultades y sus talentos, trato de explicar por qué se dan esas dificultades y algunas de las cosas que tiene que lidiar diariamente cuando se enfrenta al mundo, etcétera.
Será que exagero demasiado sus dificultades o llegan amplificadas a las otras personas, porque cuando finalmente lo conocen, suelen largar frases del tipo “¡Pero se porta re bien! ¡El mío estaría haciendo un escándalo!” (lo que me lleva a pensar que quizás las madres en general sí, seamos un poco exageradas en cuanto al comportamiento de nuestros hijos).
Últimamente pareciera que pusimos tanto empeño en que Víctor se comporte de manera tranquila en lugares públicos, que la situación de la madre yéndose del lugar pidiendo perdón repetidas veces  con su hijo en brazos llorando encaprichado, resulta ser la contraparte neurotípica, cuando antes éramos nosotros quienes jugábamos ese papel. No es que seamos mejores madres y por eso fuimos bendecidas con niños que se comportan bien (que tampoco es así siempre, ellos también tienen sus días malos donde nada los consuela), tenemos mucha bibliografía y profesionales ayudándonos, tenemos un montón de kilobytes de texto consultado en internet, tenemos la bendita rutina y en nuestros bolsos de mano un kit de emergencia para cortar la ansiedad de nuestros hijos antes de que explote (en serio se siguen sorprendiendo que siempre “justo” tengamos globo o un pequeño juguete en la cartera en las salas de espera, colectivo, etc?). A veces de tanto hablar del autismo de nuestros hijos se nos pasa hablar de la infancia de ellos. Todos los pibes tienen sus dias de rabietas, días de colaborar y portarse bien (¡y nosotros también!). La diferencia con nuestros peques es que ante tanta frustración diaria, las explosiones de carácter suelen ser más seguidas, lo que nos lleva a los padres a pensar en una manera eficaz de reducirlas, anticiparnos a ellas, para ser todos un poco menos desgraciados.
Ante estas situaciones muchos padres me tiran el “¡Qué buenito que es!” con un dejo de envidia buena. La misma envidia buena que a la vez siento cuando veo neurotípicos portándose “mal” y haciendo travesuras, disfrutando de su infancia, mientras el nuestro aprendió a controlar sus ganas de gritar y correr por todos lados dibujando o jugando con el celular. Del “Perdonen, es que tiene autismo, le cuesta esperar” al “¡Señora, controle a su neurotípico!” a veces simplemente elijo un término medio en el espectro de la saludable hinchabolez infantil y le digo que no hace falta que se siente quietito al lado mio si tiene ganas de ir a corretear maleducadamente por el pasillo hasta que nos toque el turno, total él es buenito y cuando lo llamo “Victor!” viene sin protestar.

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