Nunca pretendí que mis hijos fueran
abanderados ni escoltas de la escuela. Sin embargo esto de la ejemplaridad de
Sarmiento lo debo tener incorporado en alguna parte. En el caso de Tati lo que
se me hizo carne fue la importancia de la asistencia PERFECTA. A clases y a sus
terapias. Como si con eso me asegurara de ofrecerle el Menú completo de
proteínas y vitaminas: escolaridad más terapias varias, con algunos descansos…
como para hacer la digestión.
Lo extraño de esta obsesión por cumplir con la
asistencia, es que el nivel de exigencia para conmigo no es el mismo. Me es más
fácil encontrar una justificación a mis postergaciones. Si yo falto al gimnasio, aunque
lo siento y sobre todo en mi humor, no me preocupa tanto. Se caerá un poco el
culo y la moral, pero sigo para adelante. Pero, ¿que la piba falte a un
tratamiento? ¡Sacrilegio! A ver si le resto la oportunidad de aprender algo
importantísimo. O la dejo haciendo fiaca que en su casa es hacer absolutamente
NADA. Es como si su asistencia perfecta a los tratamientos fuera la llave a un
mundo mejor.
En esta
lógica de pensamiento es inevitable que llegue la pregunta del millón: ¿y
cuando los resultados de las terapias no asoman ni un cachito? ¿De quién es la
responsabilidad? Entonces busco la explicación clínica en algún especialista
por fuera de mi equipo de trabajo. Las respuestas hasta ahora vinieron mucho
por el lado: “Es la falta de coordinación. ¿Quién es el jefe de equipo?” No sé qué decir. Jefe, jefe, no hay. Ponele
que soy yo, no es que me hayan votado, pero el título me lo gané por permanencia.
“¿Cada uno de los terapeutas es independiente?” (me miran con cara de espanto) Y, digamos que responden a una misma línea
de pensamiento, porque si no nos matamos, pero el psicomotricista trabaja en
pileta independiente de la T.O. que viene a casa y de las terapeutas que
atienden en consultorio. ¿Acaso psicomotricidad, psicopedagogía y musicoterapia
se estudiaban en la misma sede y no me di cuenta? “¿Cómo se coordina? ¿Qué tan seguido se
comunican?” Uff, ya está, me llevé todas
previas. Porque los informes aunque sean informales de cómo estuvo la semana,
qué cambios hubo y demás, los paso yo. Cada tanto se comunican terapeutas entre
ellos o con el CET/escuela, pero no hay reuniones de equipo mensuales ni nada
de eso. A la mierda con el esfuerzo por la asistencia perfecta de Sarmiento,
que no me salva nadie…
Pero cuando supero la culpa y pienso con más
frialdad paso en limpio. Los objetivos de las psicólogas son que
“conecte/exprese/sea más autónoma”. Los de la acompañante “que sea más
autónoma/exprese/conecte”. Los de psicomotricidad que “tome conciencia real de
su propio cuerpo/conecte/exprese”….y así, cada cual desde su profesionalismo.
Bien, entonces, ¿no están alineados?
Me calzo
el kimono y si la terapia de 45 minutos queda a una hora de ida y otra de
vuelta, pero le encanta, veo que ahí sonríe, disfruta o se conecta, mientras no
deje a ningún hermano en bolas, voy. Porque ¿mirá si justo es eso lo que le va
a hacer realmente bien? No la puedo privar. Hace poco le comenté a una amiga
que para una de las terapias esperaba
escribiendo en un bar cerca de su casa “por si querés juntarnos”. “Ese es horario de señora gorda” me dijo. Y aunque
entiendo el punto me sentí para el culo. Ella trabaja ocho horas en un estudio.
Yo no. Pero los horarios terapéuticos nos tienen a varias en horarios de señoras gordas yendo y viniendo en busca
del milagro.
Cuando
Tati era más chica me costaba muchísimo que faltara a alguna de sus terapias.
Ahora, un poco menos. Cada tanto decido dejar que mi Sarmientita se permita un
feriado, así haga huevo crónico. Que quizás salimos a dar una vuelta y tomar un
café con la hermana. Decido que en este credo no es pecado descansar de las tareas.
En definitiva, de haber sido mujer, hasta Sarmiento se habría tomado el día
libre de pileta si se indisponía.
Me gustó leer este sentir de tomar un día libre sin culpa y si de gran descanso, satisfacción y despresurizada ;)
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