lunes, 4 de abril de 2016

El mito de la diferencia

Me ha tocado en suerte nacer con una extrema dificultad de encajar en la norma. Rebelde me dicen para hacerme sentir mejor. “Desestabilizadora” para hacerme sentir culpable. “Freak” o “rarita” para hacerme sentir menos. Luché mucho tiempo de mi infancia y adolescencia tratando de entender las reglas de todo esto y la mejor manera de poder encajar sin demasiado dolor y que parezca natural. El mensaje de “tenés que ser vos misma” llega después de años de pedirte que seas lo más normal posible y la confusión no es para menos.
De grande vivo buscando de transmitirle a mis hijos el equilibrio entre no chocar innecesariamente contra el mundo al mismo tiempo de no dejarse arrollar por el mandato de un modelo “tipo” de persona que en realidad no existe. Somos todos diferentes y eso nos hace... ¿iguales? Porque podremos tener diferente color, sexo, altura, forma y capacidades, pero eso nos hace diversos, no diferentes.
Pero si somos iguales... ¿Por qué tenemos que pedir un certificado de discapacidad que certifique que somos diferentes para poder reclamar nuestros derechos? ¿No queremos igualdad? ¿Por qué pedimos privilegios sobre los “normales”?
Esta falacia es muy común y me la vivo encontrando en discusiones de internet en el contexto de diferentes problemáticas. A veces me canso de repetir siempre lo mismo y siento que esta causa no está perdida desde el momento que el otro se niega a salir de la ignorancia con uñas y dientes. Luego recuerdo que mi hijo con autismo se niega, por ejemplo,  a cortarse el pelo de la misma manera y sin embargo insisto con llevarlo a la peluquería porque es por su bien y el de todos. Entonces, luego de unos días de desaparecer de internet para recuperar la fe en la humanidad vuelvo con la energía recuperada para seguir hablando de autismo y de demás causas en las que participo sin poder evitarlo.

Volviendo a la pregunta del certificado y la continuas explicaciones que debo dar sobre las dificultades que enfrenta  mi hijo para lidiar con lo cotidiano, justificando ese “privilegio” que nos da la etiqueta de “diferente”. Estuve buscando una respuesta y lo que encontré es cuanto menos incómodo y doloroso. Y es que… ¡es verdad! No, no deberíamos necesitar un certificado de NADA para recibir ayudas y asistencia profesional en nuestra vida diaria. Así es. En una sociedad que funcione no necesitaríamos nada de eso. Tampoco necesitaríamos una escuela de contenidos normalizado que abarque mediocremente un conjunto de conocimientos medianamente necesarios para convertirnos en personas productivas lo antes posible. Uno debería hacer lo que hace bien y disfruta hacer. Una persona con problemas en la comprensión de textos pero brillante en matemáticas, no debería sentirse un fracasado en la vida por no poder aprobar un examen de sintaxis. ¿Por qué esta sociedad castiga con el bonete de “burro”al que no sabe despejar una ecuación cuadrática de segundo grado pero no se le despeina el jopo ante el que no sabe manejarse en una cocina doméstica? ¿Por qué hay gente orgullosa de no saber nada sobre cómo funcionan las computadoras pero que señala con el dedo acusador al adolescente que no sabe cual es la ciudad capital de Catamarca? ¿Por qué hay tantos adultos que dicen no saber dibujar? ¿Por qué es más importante saber la conjugación del pretérito pluscuamperfecto que saber leer una partitura? Y bueno, porque hace un tiempo se establecieron por norma que unos conocimientos son necesarios y otros no. Y no todos tuvimos la suerte de caer dentro de esa resolución y aquí estamos, aprendiendo, contra nuestra voluntad, a remarla un poco más que el resto, para encajar por momentos, en esa norma... que habrá resultado fenomenal hace un par de siglos, pero que de a poco nos queda chica y no se ven planes para reformularla.

En resumen la sociedad como la tenemos hoy en día, es lo mejor que nos salió en su momento, pero dista de ser perfecta, y por esas imperfecciones es que la llenamos de parches, como este, el certificado, la asistente terapèutica, la T.O., el abogado… quizás me equivoqué al decir que somos todos iguales. Nadie es igual. Somos diferentes, pero valemos lo mismo. Somos equivalentes.

1 comentario:

  1. Comparto plenamente los que decís Ceci, creo que la palabra discapacidad es una palabra de otra época y que habría que abandonarla definitivamente. Pero lo primero que se nos ocurre es remplazarla por otra o por otras. Y si no ponemos ninguna palabra, si no utilizamos un adjetivo para diferenciarnos. Porque yo también puedo tener miles de adjetivos, muchos de ellos no entrarían en el curriculum social del modelo a ser. Y sin embargo nadie me obliga a certificarlos en algún papel. Supongo que es como sentirse un ex convicto de por vida, acusado de algo que no se entiende. El pensar, el ver diferente. El buscar ser distinto en la diversidad de tantos iguales debería ser la regla.

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