jueves, 4 de junio de 2015

Madre especial, hijo de la misma especie

Mariana Weschler
* Por Mariana Weschler

Hay cierta creencia popular de que por tener un hijo con discapacidad, una como madre, es una persona estupenda: amorosa, paciente, comprensiva, generosa. Como si esa información viniera en la placenta del niño y corriera por tu sangre nomás. Más o menos está en la misma línea de que los chicos con discapacidad son una ternurita. Siempre. Puede que este mito se haya hecho tan popular porque mucha gente solo tiene contacto con chicos con necesidades especiales por fotos, o por cuentos de terceros. Y sí, es como si conocieras a alguien por facebook y lo vieras siempre feliz, sonriente, lindo y acompañado. Pero las personas somos no mucha más, ni menos por supuesto, que personas. Los humores varían, los nervios estallan, la paciencia se acaba, las estrategias a veces son buenas y a otras flojísimas.


Cuando pienso en esto de la madre especial, recuerdo un texto que he visto circular chiquicientas veces. La mayoría lo debe haber leído al menos una vez. Empieza así:

 “La madre especial
¿Se ha preguntado ya alguna vez cómo son elegidas las madres de los niños minusválidos? [...]” 
Por si no lo leyeron, el texto relata acerca de una madre a la que señalan desde el cielo porque le ven condiciones especiales para tener un hijo minusválido (y en esta ocasión no pienso entrar en detalles de lo que pienso respecto al término “minusválido”, que no me cae en gracia para nada).

Con todo respeto a Ema Bornbeck —autora del texto—, y mi eterno cariño a las madres que estamos embarcadas en este viaje: yo no me siento elegida, ni especial, ni mucho menos. Para especialidad, hubiera preferido el don del baile, y si tengo chance de encargar un especial, pues que sea de jamón y queso. A mis hijos los amo a todos. Con cada cual fue un “volverse a enamorar”. Pero como mamá que soy, deseo lo mejor para ellos. Y si me daban a elegir, el autismo no hubiera estado entre mis primeras opciones, créanme. Cada uno puede sobrellevar la dificultad como mejor lo venga, o evitar el tema como más le plazca. Pero a decir verdad, llamar un poco a las cosas por su nombre puede ser tanto más productivo.

Para estos casos, como para muchos de la vida, la primera enseñanza de jardín de infantes que dice: “al que le toca le toca, la suerte es loca”, encierra más verdades que la mística de “la madre especial”. Estás en el baile en el que estás, a veces por elección y otras simplemente porque te toca. Y hacés lo mejor que podés. Si nos sacamos el peso de que somos “madres elegidas” y asumimos que como madres hacemos lo mejor que podemos con los recursos que tenemos y buscamos, por ahí sea una mochila menos que cargar, ¿no?